
Por Regimiento N° 10 “Pudeto”
Cada 9 de julio, quienes vestimos este uniforme nos detenemos, con la frente en alto y el alma firme, para renovar un compromiso que trasciende nuestras propias vidas: el juramento a la bandera. Y lo hacemos con el recuerdo imborrable de un joven oficial de 28 años, nieto de uno de los Padres de la Patria, cuya decisión de no rendirse marcó para siempre el ideal del soldado chileno. Me refiero, por supuesto, al Capitán Ignacio Carrera Pinto.
El Combate de La Concepción no fue una gran victoria militar. Fue, objetivamente, una derrota táctica. Pero su significado trasciende la lógica bélica. Fue un triunfo moral de proporciones épicas. En ese remoto pueblo andino del Perú, en 1882, 77 soldados y dos mujeres resistieron con valentía sobrehumana el ataque de una fuerza veinte veces superior. No por órdenes, no por gloria personal, sino por algo más poderoso: la palabra empeñada.

El juramento.
Carrera Pinto y sus hombres sabían que estaban aislados. Sabían que no habría refuerzos. Y cuando se les ofreció rendirse a cambio de salvar sus vidas, la respuesta fue clara y definitiva: “Los chilenos no se rinden”. En esa frase caben siglos de tradición, de sacrificio, de identidad nacional. Esa decisión, de resistir hasta el último aliento, define no solo al militar chileno, sino también al ciudadano que cree en principios firmes, en valores no negociables.
Porque ser militar no es solo portar armas. Es representar a la patria con dignidad, disciplina y honor. Y en La Concepción, nuestros antecesores nos dejaron la vara alta: defendieron el pabellón nacional hasta morir, y aún caídos, no permitieron que fuera arriado. La bandera fue hallada hecha jirones, empapada en sangre, pero intacta en su significado.

Jamás rendida
¿Qué nos dice esto hoy? Que el juramento a la bandera no es una ceremonia vacía. Es un pacto con la historia, con nuestros compatriotas, con nosotros mismos. Juramos dar la vida por Chile si fuese necesario, no como consigna, sino como realidad vivida por hombres y mujeres que lo cumplieron.
En tiempos donde todo parece cuestionable, donde la palabra dada muchas veces se relativiza, recordar a Ignacio Carrera Pinto y a los héroes de La Concepción es un acto de reafirmación. De saber que hay principios que no se transan: el deber, la lealtad, el coraje y el amor por la patria.
Desde la humildad de quien sirve al país cada día, quiero decir que el legado del Capitán Carrera Pinto no es una anécdota militar: es una guía moral. Nos recuerda que Chile merece ser defendido no solo con armas, sino con integridad. Y que portar este uniforme es un privilegio que exige estar a la altura de aquellos que dieron todo por él.
Que el ejemplo de La Concepción no quede solo en los libros de historia. Que viva en cada acción cotidiana, en cada decisión difícil, en cada momento donde el deber nos llama. Porque mientras existan hombres y mujeres dispuestos a no rendirse ante la adversidad, la bandera de Chile seguirá ondeando con honor.